Parece que fue ayer cuando la libertad de expresión era una de las banderas preferidas del progresismo. Hoy, convertida a la cultura woke y globalista, la libre discusión en redes se ha vuelto la peor amenaza para el estamento internacional que aspira a gobernarnos.
Por eso una de sus figuras más señeras, Jacinda Ardern, ex primera ministra de Nueva Zelanda, la misma que convirtió el país en una cárcel a cielo abierto con la excusa de la pandemia, no ha dejado de abogar por la introducción de una estricta censura en las comunicaciones por Internet.
En su último ataque a la libertad de expresión, Ardern declaró ante la Asamblea General de la ONU que la libertad de expresión es un arma virtual de guerra. Exige que el mundo se una a ella en la lucha contra la libertad de expresión como parte de su propia guerra contra la «desinformación»
Y nada de esto sería especialmente preocupante si Ardern fuera una figura marginal en el discurso. Pero el problema es que su visión es cada vez más adoptados con entusiasmo no sólo por los gobiernos, sino también por la élite cultural y las grandes empresas tecnológicas.
Dice Ardern en su discurso que no podemos permitir que la libertad de expresión se interponga en la lucha contra «amenazas» como el cambio climático. Señala que no pueden ganar la guerra contra el cambio climático si la gente no se cree la versión ortodoxa y catastrofista del problema. La solución es silenciar a quienes tienen opiniones contrarias. Y punto.
Para cualquiera, el discurso de la neozelandesa es un obvio ataque a la libertad de expresión, pero para una universidad tan prestigiosa como Harvard es una cruzada admirable, y por eso la ha reconocido dos veces con sendos doctorados honoris causa. El claustro de la universidad elogió a la exprimera ministra por su «liderazgo político firme y empático» y la fichó específicamente para ayudar a «mejorar los estándares de contenido y la responsabilidad de las plataformas digitales frente a los contenidos extremistas».