Hace unos años no prohibían las opiniones contrarias sencillamente porque nadie cuestionaba ninguno de los dogmas imperantes. La agenda ideológica de las élites se imponía en la mayoría de países occidentales sin sobresaltos, un rodillo aplastaba todo a su paso gracias a que el teórico rival renunciaba a oponer resistencia.
Hoy, sin embargo, el recrudecimiento de la censura y la aparición de leyes contra el pensamiento anuncian un cambio de paradigma. Ahora sí se discute, por eso se abre una etapa en que el discurso único se reviste de virtudes democráticas, de modo que cuestionar la verdad oficial, lejos de ser un deber moral, es un acto suicida. Al disidente le espera el repudio social diseñado por el poder, ejecutado por sus políticos y promocionado por sus medios de comunicación.
Esta semana la periodista de la cadena SER, Ángeles Barceló (Pablo, no te vayas), ha proclamado a las claras lo que las élites políticas llevan tiempo planeando: el fin del debate público. La eliminación de cualquier disidencia y del más elemental de los derechos: la libertad de expresión. Cito textual:
“El cambio climático nos está matando. Y si hay alguien que no lo quiere ver y niega la evidencia, debería estar excluido de la conversación y del debate público”.
Barceló, convertida en altavoz del nuevo orden impuesto desde la proclamación de la epidemia del coronavirus, advierte de que llevamos un estilo de vida equivocado. Son las tesis que sostienen que el obrero de Getafe es culpable, que su forma de vida es errónea, que no debe comer carne, ni usar el coche, ni tener hijos ni poner la calefacción. Y que hacerlo explica que no llueva o que llueva mucho, que haga calor o frío, porque haga el tiempo que haga todo lo explica el cambio climático. Es un win-win.
“Debemos modificar muchos de nuestros hábitos, las cosas no pueden ser como antes, ni se puede dar altavoz a quienes lo niegan. Nos va la vida en ello”.
Es para echarse a temblar porque la última vez que una voz autorizada del mainstream progre pronunció esa última frase (Carmen Calvo), a los pocos días morían miles de personas y al resto nos encerraban en casa durante meses. Este modelo, a mitad de camino entre el chino (control total) y el bruselense (burocracia roba-soberanías), es la nueva tiranía que a veces adopta la forma de emergencia sanitaria y otras climática. El resultado, en cualquier caso, es el sometimiento de la población, a la que se asusta y bombardea con propaganda apocalíptica para preparar el terreno hacia un nuevo arrebatamiento de derechos.
En ese escenario, la realidad paralela generada es capaz de convencer al español medio de que sus principales problemas no son pagar la calefacción, la luz o llenar el depósito del coche o la nevera, sino el machismo o el cambio climático. Quien lo refute se enfrentará al establishment, que se blinda con la coartada del “discurso de odio” para eliminar cualquier disidencia. Y el que siga adelante, por supuesto, será sancionado, como ya adelantan legislaciones contra el pensamiento como la de memoria democrática.
Claro que peor que una multa es el linchamiento público, el repudio social y el sambenito de negacionista que el poder cuelga para destruir reputaciones y advertir a navegantes. Ignacio Escolar, también en la SER:
“En 2030 el clima en España será parecido al de Marruecos o al de Egipto. Esto ya está aquí. No es discutible ni reversible. No hay marcha atrás”.
Aunque Escolar lo desconozca, Marruecos está a 13 kilómetros de la península ibérica. Es más, el clima de España se parece más al de Marruecos que, por ejemplo, al de nuestro vecino del norte, Francia. Más relevante es que escoja 2030, año que da nombre a la agenda y al que siempre nos emplazan como si esperasen el advenimiento del salvador.
“Este verano fue el más mortal desde 1950, fueron 20.000 muertes más de las esperadas entre junio y agosto… y esto tiene que ver con el cambio en el clima”.
Que aluda al exceso de mortandad registrado en 2022 (interesante debate) cuando lo han tapado todo este tiempo también es revelador: nadie niega ya el aumento de muertes de forma repentina o sin razón aparente.
Pero mientras se dilucidan las causas, los voceros gubernamentales piden sacrificios a los españoles instando al “ahorro energético”, eufemismo que oculta la pobreza energética. Es decir, llaman ahorro a no poder encender el aire acondicionado en verano ni la calefacción en invierno, lo que demuestra que cualquier iniciativa procedente de la agenda 2030 perjudica a los más desfavorecidos. ¿Acaso no fue la activista Greta Thunberg la que convocó la huelga mundial del clima patrocinada por grandes multinacionales?
Descartado, por tanto, que la idea del apocalipsis climático haya salido de un barrio obrero, las élites prohíben cuestionar el inminente fin del mundo o debatir sobre asuntos, como la inmigración o las leyes de género, que consideran dogmas de fe. Hablan de un planeta irrespirable, pero de momento la única atmósfera asfixiante que padecemos es el yugo de su censura.