Mediante una “guerra psicológica”, las élites globalistas se toman 50 años para instalar una crisis, después provocan el terror público y luego ofrecen como solución el plan minuciosamente diseñado que querían imponer hace décadas. Al final, la agenda climática no tiene nada que ver con el ecologismo y sí todo que ver con la economía.
A principios de la década de 1970, Estados Unidos y gran parte del mundo occidental se adentraron en una crisis económica por estanflación (estancamiento). Nixon retiró por completo el dólar del patrón oro en 1971 con la ayuda de la Reserva Federal (o quizá bajo la dirección de ésta), lo que acabó por intensificar las presiones inflacionistas. El boom europeo de posguerra llegó a su fin de forma abrupta, mientras en Estados Unidos los precios de los bienes (y del petróleo/gasolina) se dispararon, hasta que en 1981-1982 la Reserva Federal llevó los tipos de interés a cerca del 20% y provocó una recesión deliberada.
Curiosamente, en 1969 el FMI había creado el sistema de Derechos Especiales de Giro (DEG, SDR en inglés: Special Drawing Right), justo antes de que se suprimiera el patrón oro (el mismo sistema DEG que ahora el FMI está a punto de usar como base de un mecanismo de moneda digital global). Y, el Foro Económico Mundial se fundó en 1971.
(N de T: DEG es una forma especial de dinero que los países pueden utilizar como divisa de reserva y para pagos internacionales. Actualmente hay 21,4 billones de DEG. Desde enero de 2001, el valor de un DEG es una media ponderada de las cuatro divisas más fuertes: dólar americano $ (45%), euro € (29%), yen ¥ (15%) y libra esterlina £ (11%)).
En las películas se suele describir este periodo como una época alegre de música disco, drogas, hippies y rock n’ roll, pero la realidad es que los primeros años de la década de 1970 fueron el principio del fin de Occidente: fue el momento en que se sabotearon nuestros cimientos económicos y la inflación robó, lenta pero inexorablemente, la riqueza de la clase media.
En medio de este “malestar” económico -al que Jimmy Carter se refirió más tarde como una “crisis de confianza”-, las Naciones Unidas y los círculos globalistas asociados se esforzaron por desarrollar un plan para convencer a la población de que aceptara la centralización global del poder. Sus objetivos eran bastante directos. Querían:
Una justificación para el control gubernamental de las cifras de población humana.
El poder de limitar la industria.
El poder de controlar la producción de energía y dictar las fuentes de energía.
El poder de controlar o limitar la producción de alimentos y la agricultura.
La capacidad de microgestionar la vida de los individuos en nombre de algún “bien mayor” definido más tarde.
Una sociedad “socializada” que renuncie al derecho individual a la propiedad.
Un sistema económico mundial que ellos gestionarían.
Un sistema monetario global.
Un gobierno mundial que gestione un puñado de regiones separadas.
Una de las citas más reveladoras de la agenda proviene del subsecretario de Estado de la administración Clinton, Strobe Talbot, quien declaró en la revista Time que:
“En el próximo siglo, las naciones tal y como las conocemos serán obsoletas; todos los Estados reconocerán una autoridad única y global… La soberanía nacional no era tan buena idea después de todo”.
Para entender cómo funciona la agenda, ofrezco una cita del miembro globalista del Consejo de Relaciones Exteriores, Richard Gardner, en un artículo de la revista Foreign Affairs en 1974 titulado ‘ El camino difícil hacia el orden mundial’ :
“En resumen, la “casa del orden mundial” tendrá que construirse de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Parecerá una gran “confusión estruendosa y ruidosa”, por utilizar la famosa descripción de la realidad de William James, pero una maniobra encaminada a acabar con la soberanía nacional, erosionándola pieza a pieza, logrará mucho más que el anticuado ataque frontal”.
En otras palabras, los globalistas sabían que el incrementalismo (muchos pequeños cambios en lugar de saltos grandes) sería la única forma de conseguir una estructura de poder mundial que gobierne ABIERTAMENTE, en lugar de ocultar el poder de los elitistas tras organizaciones clandestinas y políticos títeres. Quieren un imperio global en el que se conviertan en los ungidos “Reyes Filósofos” descritos en la República de Platón. Sus egos narcisistas no pueden evitar anhelar la adoración de las masas a las que odian en secreto.
Pero incluso con el incrementalismo, saben que finalmente el público se dará cuenta del plan y tratará de resistir a medida que se erosionen las libertades. Establecer un imperio es una cosa; mantenerlo es otra. ¿Cómo podrían los globalistas salir de su armario autoritario, eliminar las libertades individuales y gobernar el mundo sin una rebelión que finalmente los destruya?
La única forma de que un plan así funcione es que el pueblo, los campesinos de este imperio, ACEPTE su propia esclavitud. Habría que hacer que el público viera la esclavitud como una cuestión de deber solemne y de supervivencia, no sólo para ellos mismos, sino para toda la especie. De esta manera, si alguien se rebelara sería visto como un monstruo por la colectividad. Estaría poniendo en peligro a todo el colectivo al desafiar a la estructura de poder.
Así, los globalistas ganan. No sólo por hoy, ganan para siempre porque ya no quedaría nadie que se les opusiera.
Tuvimos una gran muestra de este tipo de guerra psicológica durante el miedo a la pandemia, en la que se nos dijo a todos que un virus con una pequeña tasa de mortalidad por infección del 0,23% era suficiente para acabar con la mayoría de nuestros derechos humanos. Por suerte, un grupo suficientemente grande de personas se levantó y luchó contra los decretos y los pasaportes. Dicho esto, hay una agenda de “bien mayor” mucho mayor en juego que los globalistas planean explotar, a saber, la llamada “crisis climática”.
Para ser claros, hay CERO evidencia de una crisis climática causada por las emisiones de carbono o gases de “efecto invernadero” producidas por el hombre. No hay fenómenos meteorológicos fuera de lo normal en términos de la cronología climática histórica de la Tierra. No hay pruebas que apoyen las teorías del “punto de inflexión” en las temperaturas. Además, la temperatura de la Tierra ha aumentado menos de 1 °C en 100 años. El registro oficial de temperaturas sólo se remonta a la década de 1880, y esta estrecha línea de tiempo es lo que la ONU y los científicos del clima financiados por el gobierno utilizan como punto de referencia para sus afirmaciones.
Explico por qué esto es ciencia fraudulenta en mi artículo ‘El susto de la estufa de gas es un fraude creado por los autoritarios del cambio climático’. El punto es que la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha estado fomentando un falso escenario climático catastrófico, al igual que el Foro Económico Mundial (FEM) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) fomentaron la locura y el pánico por una amenaza como el virus Covid. Y todo comenzó a principios de la década de 1970 con un grupo vinculado a la ONU llamado El Club de Roma.
Los globalistas han estado planeando utilizar el ecologismo como excusa para la centralización (del poder) al menos desde 1972, cuando el Club de Roma publicó un tratado titulado “Los límites del crecimiento”. Tras financiar un pequeño estudio de la industria y los recursos en un proyecto conjunto con el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), las conclusiones parecían estar escritas mucho antes (que se realizara el estudio): el fin del planeta estaba cerca a menos que las naciones y los individuos sacrificaran su soberanía. Qué conveniente para los globalistas que financiaron el estudio…
Veinte años más tarde publicarían un libro titulado ‘La Primera Revolución Global’. En ese documento hablan específicamente de utilizar el calentamiento global como vehículo para formar un gobierno supranacional:
“En la búsqueda de un enemigo común contra el que podamos unirnos, se nos ocurrió que la contaminación, la amenaza del calentamiento global, la escasez de agua, la hambruna y otros fenómenos similares, encajarían a la perfección. En su conjunto y por sus interacciones, estos fenómenos constituyen una amenaza común a la que todos juntos debemos hacer frente. Pero al designar estos peligros como el enemigo, caemos en la trampa, de la que ya hemos advertido a los lectores, de confundir los síntomas con las causas. Todos estos peligros están causados por la intervención humana en los procesos naturales, y sólo es posible superarlos mediante un cambio de actitudes y comportamientos. El verdadero enemigo es, pues, la propia humanidad”.
Al convertir la propia existencia de la humanidad en la gran amenaza, los globalistas pretendían unificar a la opinión pública en torno a la idea de mantenerse bajo (auto)control. Es decir, en la creencia de que la especie humana es demasiado peligrosa (para sí misma y para su entorno) para que se le permita la libertad, el público tendría que (voluntariamente) sacrificar sus libertades y someterse al control.
El siguiente especial de noticias del Servicio Público de Radiodifusión Australiano se emitió en 1973, no mucho después de que se fundara el Club de Roma. Es sorprendentemente franco sobre los propósitos de la organización:
¿Qué podemos deducir de esta radiodifusión y de su mensaje? Los globalistas quieren sobre todo dos resultados concretos: el fin de la soberanía nacional y el fin de la propiedad privada mediante un “minimalismo” incentivado socialmente. Los mismos objetivos que el Club de Roma esbozó en la década de 1970 son los que impulsan hoy las políticas de la ONU y del Foro Económico Mundial. El concepto de “economía colaborativa” que Klaus Schwab y el Foro Económico Mundial a menudo promueven con orgullo, no fue ideado por ellos mismos sino por el Club de Roma hace 50 años.
Es una profecía autocumplida: Se pasan medio siglo inventando una crisis, provocan el terror público y luego ofrecen como solución lo que querían imponer hace décadas.
Al final, la agenda climática no tiene nada que ver con el ecologismo y sí todo que ver con la economía. El plan comenzó en medio de una crisis estanflacionaria muy real, un momento en el que la población de clase media estaba más asustada por el futuro y en el que los precios subían rápidamente. Esta crisis no fue causada por la escasez de recursos, sino por la gestión inadecuada del sistema financiero. No es una coincidencia que la culminación del esquema del calentamiento global esté teniendo lugar hoy justo cuando otro desastre de estanflación está sobre nosotros.
El Club de Roma es hoy una sombra de su antigua gloria llena de hippies tontos, muy probablemente porque la ONU y otros grupos de reflexión globalistas han asumido el papel que el grupo solía desempeñar. Sin embargo, la sombra del Club original está siempre presente y su estrategia de propaganda alarmista sobre el cambio climático se está esgrimiendo ahora mismo para justificar la creciente supresión por parte de los gobiernos de la energía y la agricultura.
Si la opinión pública no les pone freno, los mandatos totalitarios sobre el carbono se convertirán en la norma. A la próxima generación, que vivirá en una pobreza artificial, se le enseñará desde la primera infancia que los globalistas “salvaron al mundo” de una calamidad que en realidad nunca existió. Se les dirá que la esclavitud de la humanidad es algo de lo que estar orgullosos, un regalo que mantiene viva a la especie, y que cualquiera que cuestione esa esclavitud es un villano egoísta que desea la destrucción del planeta.