Vivimos en un mundo feliz porque ahora, por fin, casi todo es ya inteligente. No sólo las personas, sino también las cosas, las viviendas, los vehículos, los teléfonos, las lavadoras… Incluso viajamos al espacio para buscar vida, pero no cualquier clase de vida sino, principalmente, vida inteligente. Lo inteligente está de moda.
Las ciudades también las queremos inteligentes, pero cuando nos ponemos a leer la letra pequeña, llaman inteligente a un entorno urbano donde las tecnologías de vigilancia están por todas partes, donde se registran los detalles más íntimos y personales de sus vecinos.
El objetivo es saberlo todo de cada uno: lo que come y lo que bebe, a dónde va, lo que compra, a quién conoce, lo que piensa, lo que siente, sus opiniones, sus hábitos, su estado de salud y vacunación…
La vigilancia total se justifica por la necesidad de salvar al planeta de la ebullición. Al mismo tiempo, una vida inteligente consiste en estar pendiente del móvil 24 horas al día, permanentemente conectado a “amigos” a los que posiblemente nunca haya visto en persona.
Ahora los dispositivos inteligentes son externos, pero el objetivo es introducirlos dentro del cuerpo humano y que nadie se pueda desprender de ellos porque serán nuestra auténtica huella dactilar.
Casi estamos familiarizados con el IoT (Internet de las Cosas), que nos permite acceder a una vasta información, pero llega el IoB (Internet de los Cuerpos) que pondrá nuestra información en manos del Estado, de los bancos y de las grandes empresas.
Las ciudades de los 15 minutos
Los viajes son malos para el medio ambiente y los turistas son una plaga porque siempre van a los mismos sitios, como si se hubieran puesto de acuerdo. Cuando todos estemos conectados, ya no hará falta viajar. Lo tendremos todo al calance de la mano. Las ciudades de los 15 minutos ya están aquí para salvar al planeta de la ebullición.
Antes el estilo ecologista de vida estaba en el campo y las verdes praderas. Ahora está en las ciudades porque salir al monte o a la playa los fines de semana contamina, el coche contamina, el ganado contamina… El gobierno de Países Bajos anunció recientemente la destrucción de 3.000 granjas para dar cabida a una gran ciudad inteligente, llamada TriState City Network, que albergará a 40 millones de personas (*).
Si lo tuviéramos todo “a tiro de piedra”, no necesitaríamos más que un pequeño perímetro de movilidad. Viajar sería superfluo. Lo mejor sería exigir un permiso para ello. Habría que cerrar los parques naturales y sustituirlos por realidad virtual, vídeos y documentales para que todos disfrutemos de ellos. La felicidad hay que buscarla en las ciudades inteligentes.
Su sistema nervioso central es el 5G. Las farolas de las ciudades inteligentes estarán equipadas con antenas 5G para que no nos envuelva la realidad real sino la virtual. Sabremos todo aquello que necesitemos en cada momento. Ni más ni menos. Todo validado, respaldado, y confirmado por autoridades de prestigio.
Por ejemplo, Youtube no permitirá incluir documentales sobre salud que contradigan la doctrina de la OMS. La información política permitirá elegir: ¿quiere Usted informarse a través del gobierno o de la oposición? ¿elige Telecinco o La Sexta? ¿prefiere una universidad pública o privada?
Hoy la información no sólo es una mercancía sino un instrumento de poder. Cuantos más datos tenga un Estado o una empresa, más poder y más negocio tendrán. La humanidad es la vaca lechera de los datos.