El pasado domingo los jugadores del Atlético de Madrid y el Real Madrid sujetaban, apenas un minuto antes del evento futbolístico más seguido en nuestro país, una pancarta en defensa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La sujetaban sin mucha consciencia de lo que aquello significa, desconociendo que la Agenda 2030 de su pancarta va contra su profesión, contra su sueldo y contra ellos mismos. El familiar de uno de los jugadores me confesaba ayer que, si a veces nos cuesta a nosotros destapar las tropelías de esta agenda, pues imagínate a los futbolistas más famosos del país.
La Agenda 2030 y los objetivos ODS, frente a lo que pueda parecer, nos empobrecen. Asegurando buscar nuestro bien, sostenible y sostenido en el tiempo, garantizan nuestra pobreza. Se ha señalado en infinidad de ocasiones las repercusiones de esta agenda sobre los factores medioambientales, sobre la inmigración europea, sobre comer bichos y hasta sobre hablar en lenguaje inclusivo. Clarísimas son las implicaciones en los campos como el feminismo, el aborto y demás. Pero apenas se habla de la mayor damnificada de esta ideológica obsesión: la propiedad privada.
Bajo el lema de «no tendrás nada y serás feliz», la sociedad nos empuja a lo irracional, a abandonar todo cuanto nos es propio. No tendrás coche, sino una aplicación para moverte libremente por tu ciudad. No tendrás un hogar, sino una casa itinerante allí donde te lleven tus sueños. No tendrás una familia, sino que encontrarás compañeros en un mundo sin límites. No tendrás patria, sino una ciudadanía abierta en un universo sin fronteras. No tendrás trabajo ni oficina, y serás tú propio jefe. No tendrás nada, en definitiva, y no serás feliz. Serás pobre. Y los datos lo refrendan.
Por poner un ejemplo de este empobrecimiento, la compraventa de coches ha caído los últimos años hasta un 34%, llegando a equiparar este curso con los datos de 1993. Se producen más bonitos y más caros, mientras tú te mueves en un coche de alquiler. Del mismo modo, desde que la Agenda 2030 figura entre las prioridades de los países occidentales –entre ellos, España–, la compraventa de vivienda se ha visto desplomada: el dato de julio es un 10’5% inferior a los anteriores registros. Como ya señalamos en La Gaceta, llegando a las cifras más bajas desde los meses de la pandemia. Sin coches y sin hogares, no tendremos nada y seremos pobres.
Más alarmantes nos resultan las últimas informaciones sobre el empobrecimiento material severo en España: mientras la Agenda 2030 y sus ODS nos animan a encontrar la justicia social en los confines del mundo, una de cada 12 personas en España (8,1%) sufría en 2022 carencia material severa. Casi un 10% de la población española incapaz de poner la calefacción durante los meses más fríos del año. Un dato que marca el doble que antes de la crisis financiera (en 2007 fue del 3,5%), según los datos del INE analizados por Focus on Spanish Society. Por no hablar ya de la propiedad de nuestros campos, de la importación de la producción vecina y del precio de la cesta de la compra. Los ODS encarecen nuestro aceite.
Precisamente de este problema se ha hablado estos días en los Study Days del grupo de Conservadores y Reformistas europeos. El eurodiputado Charlie Weimers apuntaba en Madrid que no tener casa implica no tener barrio, no tener un ámbito donde vivir. Significa, en segundo término, no tener seguridad. Angel Dzhambazki explicaba en este mismo sentido que cediendo en lo pequeño terminaremos cediendo en lo grande. Renunciar a un coche y a una hipoteca, pese a la comida de un renting y un co-sharing, significa ceder con las raíces. Rob Roos, eurodiputado neerlandés, señaló en la convención conservadora que resulta crucial defender nuestras empresas, especialmente las estratégicas.Si nuestro país no posee, si nosotros no somos propietarios, jamás podremos florecer. Porque sin raíces no hay frutos.